Recuerdo abrazar el deseo de ser madre desde siempre.

De adolescente me imaginaba a los veinticinco años casada y con hijos. Dos escribía, sin tener ni remota idea de lo que representan tales pensamientos.
De adulta soñé con formar la típica familia, junto al amor de mi vida, mi marido.

Hoy, somos un hogar de tres (adoramos a nuestro gato).


Ocho largos años de luces y sombras en la búsqueda de la anhelada maternidad/paternidad, de los cuáles seis sumergidos en procesos de tratamientos de reproducción asistida. Quise ser madre a toda costa, evadiendo miedos e hipocondrías.


A pesar del desgaste psicológico y físico nos mantuvimos a flote juntos.

No había razón de mucho peso por lo que fuese imposible alcanzar la meta, ser padres.


Jamás pensé que sería capaz de soportar tanto dolor ni físico ni emocional hasta mi primer aborto.
Desperté de mi inocencia de golpe, la vida nos mostró su lado cruel. Justo en ese instante en el que pareces sentir irte también tú…

Días antes había escuchado sus latidos. Confieso tenerlos presente en mi memoria.


Dos años más tarde, volví a pasar por el mismo trance, no lo podía creer…

Dos veces, como si esta maldita ecuación no fuese plausible.


Hoy nuestros hijos tendrían 10 y 8 años respectivamente.

Sí, ha pasado un tiempo considerable, pero ¡¿cómo olvidar aquel test positivo de embarazo, la alegría
desbordada?!

Imposible porqué sucedió.

¡¿ Y la reacción del segundo acompañada de un: “Ojalá esta vez, te quedes conmigo” ?!

Una sensación que ya forma parte de mi.
Dos bebés cometa, un modo bonito de nombrar a una huella inmensa de amor.


Me sentía agotada, había llegado a mi límite.

Decidimos dejarlo estar, no insistir más.
No supe darle el nombre a todas las lágrimas de angustia sembradas en mi corazón.


Afrontar distintos duelos vividos es complicado, terrible.

Desde aceptar necesitar ayuda, acudir a los avances de la medicina en este sentido, luego los intentos fallidos junto a mis dos perdidas gestacionales tempranas.


Demasiados tabús, ahogada en un dolor de infinitos nudos de la no maternidad: tristeza, soledad, miedo, vergüenza, culpa…


Gestos, detalles, situaciones, palabras vacías de un entorno cercano que cada vez me hacían sentir más pequeña, casi invisible.

La empatía inexistente. El frío silencio alrededor de mis abortos aumentó mi congoja.

El amor no se mide en semanas más o menos de gestación.

Mis embarazos lo significaron todo para nosotros: esfuerzo, ilusión, valor, paciencia, tenacidad, luz, esperanza… y muchísimo corazón.
Cerré esta etapa convencida que sería cuestión de tiempo pasar página. Superados ciertos capítulos con una gran dosis de autoestima, confianza en un mejor futuro.

Otras cuestiones quedaron en una especie de limbo, en espera…


A los cuatros años aproximadamente de aquella sana decisión, los asuntos pendientes emergieron.

Entré en una espiral de total apatía, tristeza, desgana, desmotivada, cansada, estresada, enfado conmigo misma, etc.


Hace dos años sumé a este cajón desastre una histerectomía abdominal. Muy agradecida siempre por la buena e inmejorable atención médica.

De todas formas que te sea extirpado el útero también guarda su duelo, aunque tuviese descartada la posibilidad de concebir hijos, reconozco que me afectó esta circunstancia meses más tarde tras
recuperarme físicamente de la operación.


Nuestra sociedad solo valida un único guion para la mujer, ser madre.

Es mi percepción tras lo experimentado. La mayoría frente a la minoría, cada vez menos mujeres no
madres por cualquier motivo.


En marzo de 2021 tuve la maravillosa oportunidad de conocer a Gloria Labay a través de
su taller Online “Conectando en tribu”.

Ha sido mi impulso para determinar una vida plena, feliz sin hijos.
Y en esta paz revolucionaria siento fluir mi camino.


María Ángeles