Mi historia en la búsqueda de hijos empieza de una forma muy común.

Me había casado en Octubre del 2010, con 29 años. A partir de la boda, decidimos no poner
medios.

Por aquel momento, mi hermana estaba enferma, su segundo año “luchando”
con un cáncer que un año después le arrebataría la vida.

En aquellas fechas, pensaba que un sobrino sería un regalo bonito para ella.

A mí me hacía ilusión pero más me hacía verla a ella con el brillo en los ojos cuando diera a luz a esa criatura.


Los meses fueron pasando y comenzaron los anuncios de embarazos ajenos mientras
el mío no llegaba.

Unos 8 meses después, comenzamos con los coitos dirigidos. !Qué cosa más horrible, viéndolo con el tiempo!

Aquello no funcionaba. Decidimos contratar una póliza de salud que nos cubriese las pruebas y los tratamientos.

Ya sospechábamos que aquello se estaba complicando.

Los días pasaban y la regla también. Siempre había sido de regla irregular hasta que decidí buscar hijos.

A partir de ahí, no ha fallado casi ni un mes.


Mi hermana murió un 1 de Octubre de 2011 y el sobrinito deseado no había llegado.

Ahí comenzó uno de los duelos por los que he transitado en estos últimos 11 años.


Allá por octubre de 2013, acudimos a nuestra primera clínica en Sevilla, el primer
diagnóstico nos dice que mi marido tiene los espermatozoides «cabezones» y que eso es
el origen de todo.

Nos sugieren que pongamos mitad semen de donante y mitad de mi
marido. What? Nos negamos y nos lanzamos a nuestra primera FIV y transfer.

De primeras, una hiperestimulación ovárica.

Hay que esperar un mes más para hacer la transfer.

Un 14 de febrero de 2014 llega el resultado de la BETA y da positivo, más de 3000…

¡El bebé ansiado estaba en camino!

Reunimos a la familia y amigos para darle la noticia. Sin embargo, como otras tantas veces en mi vida, la alegría duró poco.

El domingo amanecí manchando. Resultado aborto bioquímico.

¿Cómo era eso posible con 3000 de Beta? ¿Cómo era posible que una FIV no funcionara?

En ese momento, supe que la cosa era más complicada y sentí que ese dolor que sentía no lo quería
compartir con nadie.

Llegó el silencio.
En ese momento, aún conservaba la inocencia de pensar que solo era cuestión de
intentarlo para conseguirlo.

Hubo 2 transfers más. Mientras yo no lograba que funcionaran, mis cuñadas anunciaban sus embarazos.

Por aquel entonces, yo ya era la reina del disimulo. Las puñaladas en el alma que aquellos anuncios suponían, para mí se quedaban.

Después de transfer fallida porque se me olvidaba la medicación, llega octubre de 2014 y la última transferencia tampoco funciona.

Recuerdo que estaba sangrando y el médico me decía que siguiera con la medicación, con los óvulos vaginales que tanta repugnancia me daban y me dan. Recuerdo llorándole al médico pidiéndole que
no me engañara, que aquello ya no había funcionado. Él me pedía que confiara.

Un par de días después, llegó el gran desengaño. Ese día perdí la poca inocencia que me
quedaba.

Ese día mi sueño comenzaba a morir.
Después de la mala experiencia, pedimos consejo a un ginecólogo conocido y nos
sugiere irnos a la IVI Madrid con el Dr. García Velasco.

Comenzamos con la segunda FIV poco tiempo después. Una medicación más leve.

La primera FIV con DGP que confirma que estamos sanos y no hay nada que justifique la infertilidad.

Viajes a Madrid y de vuelta para Córdoba y los tratamientos no funcionan.

Ya incluso empiezan las betas negativas. Terminamos ese tratamiento y nos sugieren un segundo
tratamiento más económico al participar en un estudio de las Natural Killers.

Por aquel tiempo, ya me habían realizado todas las pruebas del mercado. Ni un solo diagnóstico.
Infertilidad desconocida.


La segunda FIV en IVI se fue alargando porque no lograba ovular y eso era necesario
para el estudio. Tanto tiempo esperando, desesperando.

Volvimos a llevarnos un palo, no había funcionado.

Dr. García Velasco nos sugiere que pasemos a Ovodonación.

Sin embargo, decidimos intentarlo con mis óvulos en la Seguridad Social.
Ya estamos en el año 2017, comenzamos en la Sanidad pública.

Yo iba convencida de intentar una Fiv con esperma de donante.

Después de unas pocas noches sin dormir por esa decisión y después de hablar con el médico, nos convence de que lo hagamos con nuestros gametos.

En la primera transfer, me quedo embarazada.

Comienzan los síntomas, vivo aquella alegría discretamente. No llego a creérmelo. Pasan las semanas
y en la revisión de la semana 8, se ve al feto sin vida.

Salí de la consulta conteniendo las lágrimas y deseando de llegar a casa para esconderme, perderme del mundo.
A pesar de todo, sigo intentándolo sin éxito. Hice algunas paradas entre transfer y
transfer.

En marzo de 2018, sin que hubiera hecho ningún tratamiento, me falta la regla y, a los días, se confirma la noticia. Estoy embarazada.

Comencé a sentir todas las molestias del primer trimestre, me sentía mal pero feliz.

Fuimos a informarnos de pisos nuevos para mudarnos al nacer el bebé. Un domingo después de una final de la
Champions y un día antes de tener la revisión de las 12 semanas en la Seguridad Social, voy al baño y veo sangre.

Nos vamos a urgencias y me confirman que el feto lleva varias semanas muerto.

De nuevo, mi corazón roto.


Sigo intentándolo y vuelvo a hacer la transfer que me quedaba. Vuelve a fallar.

Ahí decido que paro.

En ese momento, me siento liberada. Paso meses con muchos bajos y algún alto. Pero dentro de mí la búsqueda no había acabado.


En febrero del 2020, me decido a hacer una ovodonación.

Me dirijo a la ginecóloga que me había hecho el control ovárico en mi ciudad.

Sus ojos me decían lo que no era capaz de decirme con la boca. Me decían que no lo intentara más que no iba a funcionar, que ella no me haría el tratamiento.

Obvié esa mirada y me dirigí a otra clínica.

Comenzamos y tuvimos que cancelar la transfer por el confinamiento y una vez pasado, me hago mi primera transfer del embrión con el óvulo de una mujer de 30 años e hijos en el mundo.

De nuevo, no funciona. Previamente, me habían hecho la prueba de la ventana de implantación y sale que la tengo desplazada. Las precauciones tomadas no tuvieron efecto ninguno. Paso un verano digiriendo este nuevo fracaso.
En octubre de 2020, me haría la última transfer que tampoco funcionó.

Una semana después de la beta negativa, inicié el taller de Gloria.

Mi duelo ya había comenzado hace años, aunque tardé en darme cuenta.
Diez años pasé buscando un hijo. Todo el mundo pensando que yo no quería hijos
cuando quería hijos más que la mayoría, que los tenían casi sin darse cuenta.

En esa década de mi vida, que coincidió con mis 30s, perdí la salud física y mental y el buen
dormir. Aparecieron las intolerancias alimentarias, se agravaron los dolores de
lumbares y nacieron los de cadera, los dolores de ovarios me despertaban en mitad de
la noche y los gases me mataban.

Se me fueron las fuerzas y la extenuación se apoderó de mí.

Posponía viajes, compraba coche grande para la familia, esperaba a amueblar la habitación del bebé.

Mi ilusión por vivir la fui perdiendo.

Llevaba sufriendo mucho, durante mucho tiempo.

La vida en pausa me devoraba.

Antonia