Mi proceso ha atravesado varias etapas.
Yo era de esa clase de personas que pensaba que un aborto no era tan importante… Hasta que me pasó a mí…
En realidad, lo mío fue un parto prematuro, a los cinco meses de gestación.
Recuerdo perfectamente aquel día, el 18 de noviembre de 2015. Había pasado toda la noche con muchos gases.
Nunca imaginé que fueran contracciones, y eso que soy médico.
Mi embarazo era de alto riesgo, estaba súper controlado pero yo sentía que algo iba mal. Los médicos que me llevaban tenían opiniones dispares: Yo sentía que perdía líquido por la vagina pero cada vez que me hacían la prueba, esta salía negativa, aunque yo intuía que era líquido amniótico.
Esa mañana, sin embargo, no pensé que fueran contracciones de parto, pensé que era mi colon irritable. Fui al baño, hice de vientre. Luego fui a la farmacia a comprar algo que calmara mi colon. Llegué a casa, estaba sola, fui a hacer un pis y al limpiarme, toqué el cordón umbilical de mi bebé, saliendo por mi vagina.
Supe en ese preciso momento que mi bebé, Toni, estaba muerto.
Entré en pánico, me puse a llorar, llamando a mis padres (a mi marido no quise llamarle porque estaba trabajando a una hora y media de distancia), mis padres estaban en el coche de camino a la playa (a 40 minutos de distancia), mi padre, ginecólogo jubilado me decía «no puede ser» y yo «sí papá, es».
De este modo, pedí un taxi para que me llevara al hospital, mientras mis padres daban media vuelta con el coche para reunirse conmigo. El trayecto en el taxi lo pasé todo el tiempo llorando, el taxista no sabía qué decirme, no me cobró…
Entré por urgencias, sola, destrozada.
Esperé en la sala, me colocaron en una silla de ruedas y me llevaron a paritorio.
Entré en un box, mis padres llegaron pronto.
Entonces fue cuando llamé a mi marido, él ya sabía que algo pasaba, y en cuanto pudo, vino también.
El ginecólogo nos dijo que había que parir a nuestro pequeño, que cesárea no era posible porque el embarazo no estaba tan avanzado. Había que provocar el parto, y que en mi caso, había además peligro de rotura uterina.
Ahí ya no solté ni una lágrima. No sé por qué, pero quizás entré en negación, en el clásico «no es para tanto».
Fueron 15 horas de parto, desde las once de la mañana hasta las dos de la madrugada del día siguiente. Como me dolían las contracciones, me propusieron anestesia epidural.
La matrona nos propuso ver a nuestro bebé, pero en ese momento decidimos que era mejor que no, decisión de la que nos arrepentiremos toda la vida.
Mi padre fue la única persona que lo vio.
Después de parir a mi niño muerto, me subieron a quirófano, la placenta no salía, mi útero miomátoso se imponía, y asustaba el riesgo de rotura. Mi vida peligraba.
Al salir de quirófano, me dijeron que no me quitaban la vía de la anestesia pues había posibilidad de que me re intervinieran al día siguiente.
Gracias a Dios no fue así.
Al darme el alta, me dijeron que necesitaban revisarme a la semana siguiente porque quizás ahí sí habría que operarme otra vez. No fue el caso.
Al darme el alta, entró todo el equipo médico. Recuerdo sus caras, su no saber qué decir, verdaderamente no hay palabras.
Me propusieron ayuda psicológica.
Al levantarme de la cama estaba muy mareada y aturdida, perdí mucha sangre y tenía bastante anemia.
Una vez en casa, los siguientes días fueron siniestros, mis mamás estaban llenas de leche, tuve que aplicarme un sujetador para inhibir la bajada de leche a la fuerza.
Pero supongo que el dolor era tan fuerte que lo negué durante mucho tiempo, repitiéndome a mí misma la famosa frase «no es para tanto» y otra frase hecha y clásica «venga, ya tendrás otro».
Otro hijo nunca llegó.
A la semana, fuimos a recoger los resultados de la autopsia, mi niño estaba totalmente sano, ahí sí lloré, me sentí muy culpable, era mi útero que no había podido sostenerlo.
Pregunté al médico por su cuerpecito y no me supo contestar…
Hace poco llamé al hospital y hablé con el mismo médico, quien me dijo que a estos bebés los suelen incinerar en el mismo hospital.
Actualmente, la ley sí permite enterrarlos. En aquella época, todavía no.
¿Cómo procesar esta experiencia?… Has llevado a tu bebé en tu vientre pero no has sentido cómo se movía dentro de ti, no lo has visto, ni lo has enterrado. La gente no lo ha conocido.
Tratas de banalizar tu dolor, no quieres saber nada de él, te aferras a argumentos feministas del tipo «no todo está en ser madre”… etc.
Sin embargo, el dolor está y llega un día en el que surge desde dentro hacia afuera, por rebosamiento.
Y te quieres morir, no puedes más, sólo deseas morirte.
Y empiezas a buscar a tu tribu, mujeres que hayan vivido o estén viviendo el mismo infierno que tú.
Decides afrontar la realidad de lo que te ocurre, no esconderte, no avergonzarte, no auto engañarte.
Decides que vas a tratar, de transformar tu dolor en amor, un día a la vez, sólo por hoy.
La opinión de los demás, lo que ellos piensen de ti, empieza a importarte muy poco o casi nada…
Empiezas a buscar, a buscarte, a ser tú y no un cliché.
Y encuentras grupos como éste, el que fundó una gran mujer, Gloria Labay, a quien le debo tanto…
Que historia tan dolorosa, gracias por compartir, las personas que hemos pasado por esos procesos siempre creemos q lo peor nos pasa a nosotros y luego vemos que todos los procesos de pérdida son dolorosos e inexplicables, gracias gracias
Mis mejores deseos y todo mi cariño para ti. Nadie puede decir que te entiende realmente porque cada experiencia es distinta, pero reconozco la descripción del dolor.
Tuve 6 abortos y en mi séptimo embarazo por fin nació, hace 3 meses, mi hija.
El quinto aborto lo tuve a las 16 semanas. Todo el embarazo fue un infierno con constantes indicios de que no iba bien pero, a pesar de que lo comenté cada semana al médico, nadie me tomó en serio, hasta que perdimos a nuestro hijo Gabriel. Le llamamos así porque nos vino a enseñar lo que realmente es la maternidad.
Gabriel murió por una infección que podría habérseme llevado a mi también. Lo di a luz muerto tras dolores peores que los del parto. Es así, el dolor de un aborto es infinitamente peor que el de un parto, porque viene acompañado de un dolor emocional indescriptible.
Ese día estuve con Gabriel, aconsejada por el ángel de comadrona que tuve. El día siguiente lo pasamos su padre y yo con él durante casi 2 horas. En silencio. A solas. Lloramos algo, le hicimos muchas fotos. En casa lloramos durante horas mirando sus fotos e identificando los rasgos de mi marido y de mi en un fetito tan pequeño de sólo 16 semanas. Fue una experiencia dolorosísima pero muy instructiva.
La foto de Gabriel, muerto, con su bellísima sonrisa, está con las demás de la familia en casa, a la vista. Es la única forma que tenemos de rendirle homenaje y de quererlo. Hablamos de él a menudo, sin dolor, sólo con amor y, obviamente, con algo de tristeza. Creo que tuvimos mucha suerte de haberlo podido ver y hacer el duelo con él. Ahora es y será siempre parte de nuestra historia familiar.