Mi historia comienza con mi pareja preguntándome, si quería ser madre y diciéndome que él quería ser padre joven.
Eramos hijos de padres jóvenes y no nos había ido mal.
Me hizo mucha ilusión que él tomara la iniciativa, estoy muy orgullosa de él por ello. Yo siempre fui más reticente y quería tener trabajo fijo, me condicionaba saber que mi madre no estaría conmigo y la iba a necesitar… tenía unos veintisiete años en ese momento.
Al poco tiempo me hicieron un contrato indefinido en la tienda donde trabajaba y fuimos al ginecólogo. Nos dijo que si tras un año no conseguíamos el embarazo que volviéramos.
Unos meses después, la mañana de fin de año me hice un test, tras una semana de retraso, salió una rayita muy rosada y otra algo menos, nos ilusionamos mucho, nos dijeron que eso era un positivo, no teníamos ni idea y creímos que así era.
Esa noche no bebí ni el cava para celebrar el año nuevo, la mañana siguiente me vino la regla y es lo más cerca que he estado de saber que se siente al estar embarazada.
El año de espera sin hijos se convirtió en ocho años, con sus reglas cada mes acompañadas de la tristeza que conlleva, viendo como nuestras vidas se llenaban de noticias de embarazos y niños de familiares y amigos.
Fueron años complicados, pero intentamos mantener la esperanza, relativizar y seguir intentándolo de manera natural.
En la siguiente revisión la ginecóloga nos recomendó decidirnos por la reproducción asistida y no esperar más por mi edad, tenía treinta y cuatro.
Estuvimos más de un año recabando las pruebas necesarias, intentando compaginar las citas con el trabajo con jornada partida y el hecho de vivir en una isla menor en la que no estaba la consulta de reproducción asistida.
Empezamos con los tratamientos en la Seguridad Social, la primera consulta nos parece de cámara oculta, por la frialdad con que nos tratan, porque el equipo no tiene una relación cordial entre ellos y nos piden que le transmitamos la información a la otra persona presente en la sala y porque nos hablan de términos que no conocemos, que no nos explican y que no hay tiempo para ello, somos muchos pacientes…
Salimos con la sensación de que fuimos a firmar un contrato…la humanidad brilla por su ausencia.
Deciden empezar con FIV, doce ovocitos, nos dicen que está bien, pero la analítica había mostrado riesgo de hiper-estimulación ovárica y deciden parar y congelar tres blastocitos, que son los que quedan tras el proceso.
Llega la primera transferencia, tenemos que viajar la noche anterior para estar allí a primera hora de la mañana y esperar a que nos llamen y nos digan sí el proceso de descongelación fue bien y sí podemos continuar con el tratamiento.
Todo en orden seguimos adelante.
Pasamos los días de beta-espera con un poco de desconocimiento y mucha ilusión. Seguimos pensando que tenemos poca información, pero confiamos en los profesionales, ellos sabrán los que debemos saber.
Volvemos a viajar la noche anterior para estar a tiempo de hacer la analítica, durante la mañana que nos darán los resultados: Beta negativa.
Bueno, solo es la primera hay que animarse, nos dijeron que con infertilidad de causa desconocida será un poco ensayo error…
Segundo intento, el blastocisto que quedaba congelado.
Tuvimos que informar a la ginecóloga ya que ella nos tenía todo preparado para una nueva estimulación.
Lo comprueban, hacen muchas llamadas, casi perdemos el avión de vuelta a casa, siempre a contrarreloj… y concertamos una nueva cita para la transferencia.
Llega el día, esta vez llevo mis gafas, aconsejada la última vez por las enfermeras . Veo en la pantalla como cae una gotita que flota dentro de mí y me emociono. Estas profesionales, que son excepcionales, me recomiendan que ponga toda mi energía en pensar que todo va a ir bien, que piense en su nombre y en que se va a quedar con nosotros.
Ese momento, dentro del caos me parece un oasis.
Lo recuerdo como algo muy bonito. Estas mismas enfermeras, tras una pregunta que no supe responder, descubren que olvidaron darnos las instrucciones para conocer el proceso y saber cómo administrar la medicación de manera correcta.
Nos aclaran dudas. Entendemos ahí porqué estábamos tan perdidos.
Segunda Beta negativa.
Tercer intento, esta vez ICSI.
Tras las consultas, los pinchazos, los consejos de páginas que consultamos (algo nuevo hasta ahora ya que no queríamos buscar fuera de la consulta), nos encontramos ilusionados ante el nuevo tratamiento, pero expectantes y nerviosos.
El biólogo que nos atiende esta vez es muy amable, nos dice que las muestras tienen poca calidad y nos recomienda poner las tres embriones que resultaron, después de congelarlos, porque igual así va mejor.
Así lo hacemos. Más de lo mismo. Beta negativa.
En la consulta de revisión nos informan de que hemos sido pacientes muy optimistas y con muy buena predisposición, que por ello nos “premian” con una cuarta oportunidad, un lujo tratándose de la Seguridad Social en la que, debemos recordar, no contamos con anestesia en quirófano durante las transferencias…
Les decimos que necesitamos pensarlo, inmediatamente nos recuerdan que ya tengo 38 años y nos acercamos a la edad en que no hay cobertura para tratamientos y que además mi fertilidad “cae en picado”.
Les doy las gracias y les aclaro que acabo de cumplir 37 hace un mes y que necesito, aunque sea un par de meses para pensar.
Quiero salir de allí corriendo.
Hasta aquí llegamos.
Decidimos dejarlo, no nos ofrecen pruebas nuevas, ni nuevas posibilidades, volveríamos a probar con la máxima dosis. Como la primera vez, pero esta vez controlando el riesgo de hiper-estimulación…
Es una decisión muy dura, creo que lo estoy haciendo mal, que soy egoísta y desagradecida, pero por primera vez escucho a mi cuerpo y soy consciente de que no puedo más.
Se me hace una carga muy pesada todo lo vivido.
No puedo con más citas junto la consulta de ginecología con embarazadas esperando para sus ecografías, con las llamadas de rigor a los biólogos para saber cómo iban nuestros “bichitos” y siempre respuestas negativas y desalentadoras del tipo, “se mueren, no sé qué les pasa…a ver si al final de tantos queda alguno que sirva…”
No aguanto más betas negativas, más consultas en otra isla. En el mismo hospital al que sólo había ido alguna vez con mi madre o mi tío, cuando estuvieron enfermos, y sobretodo tanta soledad y tanta incomprensión.
Esa sensación de no servir para algo, de estar defectuosa, de estar fuera de mi casa, sin mis perritos. Tener que ir a consulta en mitad del proceso y que no haya pasaje ni manera de conseguirlo, con compaginarlo con el trabajo y devolver las horas de consulta y de quirófano a la empresa, …y tantas ganas de tener a mi madre y tener su consuelo y aliento.
Con una vida en pausa desde hacía mucho tiempo.
Pasan los meses y cada vez me encuentro más triste y perdida, no conozco a nadie en mi misma situación, nadie que me comprenda de esa manera.
Se me ocurre buscar en Internet y tras mucho tiempo encontrando sólo páginas y cuentas con “finales felices”, aparece, como por arte de magia, Gloria Labay y su proyecto La vida sin hijos
¡Por fin! No me lo creo.
Me pongo en contacto con ella y gracias a su humanidad y su saber hacer, poniendo todo de su parte, para que la distancia no sea un impedimento, paso a formar parte de su Tribu de mujeres.
Mujeres sin las que no imagino mi vida ahora.
Ellas le han puesto palabras a aquellos pensamientos que no entendía, se han abierto y han compartido sin máscaras sus procesos.
Por todo ello y mucho más, siempre les estaré agradecida.
Me siento muy afortunada de construir con ellas paso a paso nuestro camino.
Yurena
Que valiente eres Yurena yo empezé con estimulación ovárica en varias tandas y entre el stress por quedarme embarazada y la medicacion mi ansiedad me llevó al límite y decidí dejarlo, entiendo que me acobarde pero eso es muy humano, cada una sabe dónde está su límite y tu de verdad que lo intentaste, bravo por ti!
Parece que estaba leyendo mi propia historia.. con lágrimas en los ojos y aún en el proceso de aceptación. Hoy he encontrado esta página y creo q me voy a quedar… te abrazo